En este siglo XXI que nos lleva de la mano como un perro lazarillo, no por ser ciegos sino por no detenernos a mirar -peor ceguera es ésta-, quizá haga falta introducir en estas líneas una idea para que el ojo no engañe a la razón y el realismo aparente de los motivos tomados, nunca al azar, no empañe nuestras ganas de saber. El lenguaje de la pintura clásica no está reñido con los planteamientos conceptuales contemporáneos. No estamos en la Edad Media, y los fines del Arte son otros, pero hay demasiados símbolos universales y atemporales a nuestro alrededor para permitir hoy que nuestra memoria sea borrada por completo por efecto de algún virus contagiado de las nuevas tecnologías, o por la pereza humana. Nada está reñido si somos capaces de conciliar los opuestos...
Fámulos, compañeros, canteros y maestros edificaron piedra sobre piedra. La piedra como materia, como mejor vehículo de energía telúrica, símbolo de lo duradero, de lo inmutable, de lo imperecedero. La columna, elemento interior entre el cielo y la tierra. El capitel, cabeza de la columna, y en la cabeza está sustentado el espíritu. Espirales, laberintos, cruces en sus múltiples formas y significados, el sello de Salomón, discos solares, hexapétalas, pentagramas y pentáculos, un largo etcétera de signos lapidarios que me sirven para articular un discurso plástico personal, no exento de asociaciones de significado que el espectador se encargará de enriquecer con su propio conocimiento.
Conjunción, por tanto, de forma y de símbolo, de expresión plástica y de mensaje simbólico abierto.
Agradezco eternamente vuestra mirada.
Ángel Cantero